Si has encontrado este artículo más adelante en el tiempo, me permito situarte un poco: escribo esto a 22 de abril de 2020, y en España, como en casi todo el mundo, llevamos desde el 16 de marzo con un confinamiento domiciliario decretado por el gobierno tras declarar el Estado de Alarma. Todo ello derivado de la pandemia mundial de Covid-19, enfermedad ocasionada por un coronavirus de reciente aparición.
Pues bien, ya llevamos unas semanas de confinamiento, y poco a poco se suceden los artículos que nos advierten de las consecuencias que este confinamiento acarreará en el futuro próximo. En lo anímico y físico se espera un aumento de los trastornos mentales, depresión, problemas quizá metabólicos por la reducción del ejercicio y una alimentación desequilibrada, etc. En lo económico se habla de una crisis mundial superior a la gran recesión de 1929 (si eres un lector del futuro ya me dirás cómo ha ido). Y en lo jurídico se prevé un incremento de juicios laborales, económicos (impagos y suspensiones), y… quizá también de familia. Y de esto último vamos a hablar.
Efectivamente desde el primer día se habla, medio en broma medio en serio, del impacto que este prolongado confinamiento puede tener en forma de rupturas de pareja. Los abogados que trabajamos en la órbita del derecho de familia sabemos por experiencia que muchas rupturas y divorcios se producen en septiembre/octubre y enero/febrero, a la vuelta de dos periodos vacacionales de estrecho contacto familiar.
Los abogados que trabajamos en familia no somos psicólogos (al menos la mayoría) pero sí que acabamos recabando cierto conocimiento del alma humana en estas situaciones por el relato continuado de nuestros clientes. Y sabemos también que esas rupturas no son espontáneas o porque sí, sería una frivolidad decir que un divorcio se origina simplemente por los desencuentros de unas vacaciones en la playa. En realidad, se producen porque hay una larga cadena de desencuentros, hastío, que llevan de forma inexorable a la desafección y al desamor. Y de ahí ya cualquier detonante nos lleva al “no aguanto más”.
Sobre la base de esa experiencia, ¿a cuántas parejas puede estar llevando al límite la situación prolongada de confinamiento? Situación que, además, y pese a estar en casa, no es análoga en modo alguno a unas vacaciones, sino que genera episodios de ansiedad, miedo ante lo desconocido (la pérdida temporal o definitiva del trabajo e los ingresos, la incertidumbre sobre posibles ayudas económicas públicas, y el miedo al contagio o el enfrentamiento directo a la enfermedad en familiares y conocidos). Es difícil saberlo y prever cuántas rupturas habrá después de todo esto.
Como ya he dicho, y aunque al final la experiencia y la escucha activa a los clientes cierto oficio psicológico te aporta, nosotros los abogados no somos psicólogos ni terapeutas. Ni siquiera coaches. Y por tanto no puedo dar consejos en este ámbito. Pero si hablamos de cómo afrontar este hipotético divorcio o ruptura, sí tenemos algunos consejos que dar. Estos que doy son los míos, y pueden variar en función del compañero o compañera con quien tratéis.
- El primer consejo es que no perdamos de vista lo fundamental, que es la supervivencia y la estabilidad emocional (y en la medida de lo posible, el bienestar) de todos los miembros de la familia. Las posibilidades que tenemos en este contexto de accionar jurídicamente son limitadas. Evidentemente la consumación de un divorcio se va a posponer a la finalización del periodo de alarma, e incluso el cese de la convivencia puede ser inviable en estos momentos.
- El segundo consejo es aprovechar esta necesaria “baja tensión” del conflicto de familia en este contexto para llegar a un acuerdo. Seguramente el confinamiento sirva para darnos cuenta de que no es necesario tantísimo conflicto y discusión, y seamos conscientes de algo que los abogados de familia tenemos bastante presente: el acuerdo no es tan difícil, porque al final las variables en juego en un divorcio, si se racionalizan, no son tantas. Lo normal será encontrarnos sumidos en una situación familiar con un par de hijos, una vivienda familiar con una hipoteca a medio pagar y uno o dos coches. Como yo siempre digo a los clientes, si se analiza racionalmente las posibilidades de administración de estos elementos (régimen de custodia y visitas, reparto de bienes y cargas familiares) no son infinitas. De hecho, son bastante limitadas, si aceptamos lo más difícil: en la mayoría de las separaciones hay un empobrecimiento porque el núcleo celular previo era más fuerte económicamente que las dos nuevas células que se separan, con muchos gastos duplicados. Esto es así y no siempre es “culpa del otro”, sino una consecuencia directa de la nueva configuración familiar.
- El tercer consejo es: contacta con un abogado. En esta situación, y aun con el portátil y en casa en muchos casos, podemos resolver dudas y aconsejar, ayudar a acercar posiciones y a sopesar las distintas opciones. Y si se llega a un acuerdo aceptable, la demanda puede de hecho presentarse ya y adelantar para una próxima ratificación cuando los juzgados retomen los actos presenciales ordinarios.
Todos estos consejos, por supuesto, no se aplican a quienes estén viviendo situaciones verdaderamente comprometidas de abuso o violencia. Las actuaciones derivadas de la Ley Integral de Violencia de Género siguen funcionando, y en general y más allá de esta ley, nadie tiene que soportar ningún tipo de vejaciones o acoso ni en estado de alarma ni en cualquier otra situación.
Tampoco se aplican, claro, a quienes entiendan que su situación es verdaderamente compleja sea por los bienes en juego o por la imposibilidad de acercar posiciones en relación a la custodia de hijos menores. La posibilidad deseable de llegar a un acuerdo no debe llevarnos a transigir con soluciones que entendamos excesivamente lesivas para nuestro patrimonio o menoscaben los derechos de nuestros hijos, que son lo primero.
En definitiva: estamos en una situación complicada, distinta a todo lo que hemos enfrentado antes, y debemos llevarla adelante con capacidad de adaptación, no solo a la realidad actual sino a lo que nos encontraremos al finalizar ésta. Y quizá de la prudencia necesaria hoy, para no hacer daño a quienes más queremos, y del esfuerzo por hacer un análisis lo más racional posible del conflicto, podamos obtener un acuerdo duradero para el mañana. Si es así, no todo el tiempo será perdido.