Si hablamos de títulos como ‘Matar a un ruiseñor’, ‘El Cabo del Miedo’, ‘La Tapadera’, ‘La Ley de los Ángeles’, ‘Ally McBeal’, ‘El misterio Von Bulow’,… inmediatamente acude a nuestra mente la imagen de abogados americanos defendiendo lo imposible en estrados no exentos de glamour. Los abogados y los juicios han estado muy presentes en el cine y TV americanos, hasta el punto de que puede hablarse de un subgénero cinematográfico judicial, habitualmente enmarcado en el cine negro pero no siempre, pues ejemplos hay de drama social e incluso de comedia, ¿o acaso no recordamos las incómodas situaciones de Jim Carrey en ‘Mentiroso Compulsivo’?
Pero, ¿y en los cómics? Siguiendo la estela mainstream de los títulos mencionados en cine, y sin abandonar EEUU, podemos centrarnos en el cómic de superhéroes, donde dada la naturaleza criminológica de la mayoría de aventureros, tarde o temprano llega la hora de que el sistema judicial tenga que mostrarse a través de las viñetas. Cierto es que la mayoría de historias de superhéroes finalizan con la victoria, a modo de escaramuza, sobre el mal, victoria que se produce a modo de “happy end” (como el matrimonio en los clásicos de Disney). Y del mismo modo que en las películas de Disney no vemos el día después de la convivencia marital entre la princesa y el príncipe, en el cómic de superhéroes pocas veces se profundiza en el momento posterior a la detención del villano. Suele haber por tanto una elipsis hasta una segunda aparición de dicho enemigo, que normalmente mostrará su huida de la cárcel.
No obstante, y sobre todo a partir de la irrupción de un estilo “más realista” con Marvel en los sesenta, el entramado judicial y policial empezó a entrar en escena como parte de la trama.
Si pensamos en abogacía y superhéroes inmediatamente nos viene a la cabeza Daredevil, alter ego del abogado Matt Murdock, un superhéroe ciego (pero con el resto de los sentidos hiperdesarrollados) que deambula por los tejados del peligroso barrio Hell’s Kitchen de Nueva York. Un personaje torturado, que no lleva nada bien compatibilizar su entrega a la justicia “formal” de día y al vigilantismo nocturno.
Y es que esta es la clave de la visión de la justicia y la legalidad en un género como el de superhéroes, que al final implica el tomarse la justicia por la propia mano: las leyes, los tribunales, son a menudo presentados como una rémora, una burocracia que distrae o retrasa la verdadera justicia. Así, en la competencia DC Comics, Vigilante es un enmascarado que esconde al fiscal del distrito Adrian Chase, decidido a ejecutar con nocturnidad y alevosía a los criminales que “salen libres con tecnicismos”. Igualmente trágica es la historia de Dos Caras, otro fiscal obsesionado por la justicia, Harvey Dent, que tras quedar desfigurado pierde la cordura y se convierte en uno de los peores enemigos de Batman. Pero no todo es siniestro en el mundo judicial de los superhéroes. Jennifer Walters, la prima de Bruce Banner, se convertirá en She-Hulk tras recibir una transfusión de sangre de su primo, contaminada por radiación Gamma. Ello no le impedirá llevar adelante su profesión de abogada, siendo hoy día la que ha tomado el relevo como “letrada oficial del Universo Marvel” respecto de Matt Murdock.
Más allá de los personajes, la justicia y su aplicación ha tenido fuerte presencia en el cómic de superhéroes, incluso a nivel cósmico. En sucesivas historias hemos podido ver el juicio que varias especies intergalácticas hacen a Reed Richards por salvar a Galactus, el juicio a Jean Grey por los crímenes espaciales cometidos bajo su identidad de Fénix, y un largo etcétera.
Si me preguntáis por mi referencia preferida, claro está que tengo que quedarme con Matt Murdock, Daredevil, un personaje complejo y rico en matices en el que hay un auténtico sentido de la justicia y de aprecio por el imperio de la ley. Al fin y al cabo, lo que diferencia a las sociedades avanzadas de las complejas ciudades del lejano oeste, que necesitaban de su ocasional héroe guardian, mitología y cultura netamente norteamericana sin la cual los héroes enmascarados no podrían imaginarse siquiera.