Desde hace unos años la sombra (o porqué no decirlo mejor: la luz) del teletrabajo viene siendo cada vez más alargada, como una eventual herramienta de conciliación de la vida familiar y laboral, una fórmula para superar las limitaciones físicas de la oficina o un instrumento para mejorar la productividad.
Pero fijaos que un buen día llegó el mes de marzo de 2020, con una epidemia de infección por coronavirus causante de la nueva enfermedad conocida como Covid-19, se decretó un estado de alarma con duras restricciones a la movilidad y a la propia apertura de centros de trabajo (algo bastante inusual en nuestro entorno de países occidentales) y el teletrabajo cobró un inusitado protagonismo.
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